Voces INKvitadas
25 nov 2025

Lenguaje: La violencia también se ejerce con las palabras

Por
Marilú Rasso
Día contra la violencia a la mujer
Día contra la violencia a la mujer

El lenguaje no es neutro. Las palabras tampoco.

Cada vez que hablamos, elegimos un punto de vista, una forma de mirar el mundo. Las palabras no solo lo describen: lo crean, lo sostienen o lo transforman. Por eso, no es lo mismo decir “crimen pasional” que “feminicidio”, ni “cuidar en casa” que “compartir los cuidados”: En esas diferencias se valora la posibilidad de reconocer o de ocultar la desigualdad. 

Y es que el lenguaje es una herramienta simbólica que construye la realidad. Con él desarrollamos categorías, valores, jerarquías. A través de las palabras aprendemos lo que “debe ser” un hombre, una mujer, una familia. Así se fijan los estereotipos, los mandatos y las creencias que nos atraviesan desde la infancia. Y también desde el lenguaje se transmiten los silencios: aquello de lo que no se habla, lo que se omite, lo que se borra. 

La violencia puede manifestarse en las palabras, pero también en su ausencia. En un insulto, en una burla, en un tono de voz que humilla. En la descalificación constante o en el silencio que castiga. En los diminutivos que minimizan, en las bromas que desprecian, en las frases que culpabilizan. Las palabras no solo comunican; también pueden excluir, someter, invalidar. La violencia verbal no deja marcas visibles, deja huellas profundas en la percepción de una misma y en la forma en que otras personas nos perciben. 

También están esas palabras y dichos cotidianos que, sin que siempre lo notemos, reflejan la cultura aún existente y refuerzan las violencias que la sostienen. Frases como “calladita te ves más bonita”, “los hombres no lloran”, “aguántate, así son todos”, “el que te cuida te cela” o “una mujer que no tienen hijos no está completa” reproducen mandatos que limitan la libertad y la expresión de mujeres y hombres. 

En ellas se condensan creencias sobre lo que se espera de cada quien: obediencia, docilidad y belleza en las mujeres; fuerza, control y poder en los hombres. El lenguaje popular no solo describe esas expectativas, las mantiene vivas. Y al repetirlas sin cuestionarlas, las normalizamos, las heredamos, las reproducimos y las volvemos parte de la educación emocional y social de nuevas generaciones. 

Esto no solo sucede en las relaciones personales. También el lenguaje con el que los medios de comunicación narran los actos violentos tiene consecuencias. Cuando una nota dice “fue asesinada por celos” o “salió de fiesta sola en la noche”, las palabras desplazan la responsabilidad de la persona agresora hacia la víctima. Esta forma de contar las historias reproduce estigmas, genera culpa y refuerza prejuicios sobre las mujeres. Las palabras elegidas para nombrar la violencia pueden contribuir a perpetuar o, por el contrario, a visibilizar su gravedad y sus causas estructurales. 

Hablar de que el lenguaje no es neutro implica reconocer que tiene poder. Poder para nombrar lo que antes no tenía nombre, para abrir espacios de existencia, para transformar imaginarios. Cuando el feminismo empezó a nombrar las violencias, lo que hizo fue precisamente eso: desnaturalizar lo que se consideraba normal. Poner en palabras lo que dolía. Y al hacerlo, volverlo visible, político y transformable.

Por eso importa, qué palabras usamos y desde dónde las decimos. Porque con ellas podemos sostener estructuras de desigualdad o construir nuevas formas de vínculo y de pensamiento. Las palabras producen percepciones y esas percepciones se convierten en paradigmas, en maneras colectivas de entender el mundo. 

Nombrar sin imponer, escuchar sin suponer, cuestionar lo que parece obvio. Hacer del lenguaje un territorio de encuentro y no de dominación. Porque transformar las palabras es también una forma de transformar la vida. Como escribió Audre Lorde “Transformar el silencio en lenguaje y acción es un acto de autodefinición y de poder”.

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Marilú Rasso
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Marilú Rasso cuenta con más de 20 años de experiencia profesional en atención a mujeres en situación de violencia. Actualmente es directora ejecutiva de Espacio Mujeres para una Vida Digna Libre de Violencia, AC, una asociación que brinda protección, apoyo y desarrollo a mujeres, sus hijas e hijos en situación de violencia extrema. En 2021 ganó del Premio Nacional de Periodismo por el documental "La ruta de la trata".

marilurasso@gmail.com
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