Voces INKvitadas
2 sept 2025
Entre Sheldon y Leonard
Por
Javier Macías
“Ustedes son los creativos”, he escuchado incontables veces en mi vida profesional como estratega publicitario. Generalmente viene de anunciantes y, en la mayoría de las ocasiones, la he sentido sincera: una mezcla de humildad y reconocimiento genuino. Suelo responder algo como: “…y ustedes son quienes mejor saben cómo se fabrica (agregue aquí el producto en cuestión)”. Nada más sano que comenzar una relación profesional desde la honestidad y el reconocimiento mutuo de habilidades.
Lo que nunca he escuchado, en más de veinte años de carrera, es: “Ustedes son los estratégicos”.
Y es curioso, porque parece socialmente aceptable reconocer que uno no es creativo, pero jamás admitir que no es estratégico. Como si aceptar eso equivaliera a confesar que uno es un verdadero idiota.
Nada más alejado de la realidad.
Vale la pena hacer una disociación saludable entre conceptos y prejuicios. Desarrollar un pensamiento estratégico (que yo definiría como pensar con mayor efectividad y eficiencia) sin duda, desde mi punto de vista, ayuda a navegar con más ligereza el mundo. Pero también es cierto que hay personas que, por naturaleza (incluidas neurodivergencias, como en el caso de su servidor), son más proclives a detectar patrones, hacer cierto perfil de preguntas en el momento justo y filtrar información con más “claridad”. Así como hay quienes tienen un talento natural para vender, para ser más empáticos en contextos de conflictos interpersonales o simplemente son más carismáticos (si no, recuerde usted las épocas de la secundaria o la preparatoria y quiénes eran los más “populares”; yo, no lo era).
Claro está que todos podemos ir a talleres para aprender técnicas de ventas, trabajar en terapia para desarrollar la empatía, o leer libros sobre carisma. Pero creer que nacimos “de fábrica” listos para ser expertos en absolutamente todo es un acto vulgar de egocentrismo. Si así fuera, todos seríamos Warren Buffet, Roger Federer y Pedro Pascal en una misma persona.

Foto de Ben Griffiths en Unsplash
Seguramente o ha visto varias veces o se ha topado con algún capítulo de The Big Bang Theory, la famosa sitcom norteamericana. Allí conviven dos físicos que fueron compañeros de departamento por años: Sheldon, el teórico, y Leonard, el experimental. Sheldon dedica su vida a modelos matemáticos y razonamientos abstractos; Leonard, en cambio, utiliza experimentos y herramientas para probar esas teorías en el mundo real (cómo olvidar el accidente con el elevador en el edificio de departamentos debido a uno de los experimentos de Leonard). La serie los caricaturiza con clichés al extremo (especialmente el de Sheldon, “El Genio” y el de Leonard “El no-tan-genio”), pero hay un trasfondo claro: en la realidad y extensión de la trama, ninguno es más valioso que el otro. Simplemente cumplen funciones distintas, y ambas son indispensables (tanto en el contexto de la ciencia como en el de las relaciones humanas).
Sheldon necesitaba a Leonard, y Leonard a Sheldon (ni hablar de Howard, el ingeniero y valga recalcar, no físico, que terminó viajando a la Estación Espacial Internacional). La serie (spoiler alert), termina cuando, a la mitad de la ceremonia de entrega del Premio Nobel, Sheldon agradece a sus amigos por darle lo que él carecía. El punto es tan simple como profundo: en cualquier ecosistema (personal y profesional), la complementariedad es más poderosa que la autosuficiencia. Lo difícil está en bajarse de la viga del ego.
El mundo de las redes profesionales se fortalece cuando aceptamos, con honestidad, tanto nuestros talentos como nuestras limitaciones. Quitémosle a estas últimas la etiqueta de “defecto”. No se trata de que todos tengamos que ser estratégicos, empáticos, carismáticos y vendedores (dignos de posteo de LinkedIn) a la vez. Se trata de reconocer qué aportamos y qué necesitamos de los demás.
Decir “no soy estratégico” no significa decir “soy tonto”. Significa que hay espacio para colaborar con alguien que sí lo es. Y en ese reconocimiento, la relación profesional se vuelve más genuina, más productiva, más humana y por ende más enriquecedora.
Así que, con toda tranquilidad:
“Hola. Mi nombre es Javier y soy un terrible vendedor”.

Por
Javier es una de las principales voces en estrategia de marca en el país. Inició su carrera en Ogilvy México como el director de estrategia más joven de la agencia y más tarde cofundó Bombay, hoy referente entre las agencias independientes a nivel nacional. Con más de 20 años de experiencia, ha impulsado el crecimiento y la evolución de marcas locales, regionales y globales en América Latina, siendo pionero en branding con propósito y sostenibilidad, lo que le ha valido reconocimientos como el primer Global Grand Effie para México.
Actualmente, lidera Feuerluft, donde asesora y acompaña a marcas y equipos en el desarrollo de pensamiento original. Además, es mentor en USC, profesor en la Academia Mexicana de Creatividad y consejero en la AVE. Músico de toda la vida, imprime en la estrategia la misma estructura, emoción e intuición que en su pasión musical.
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